LA HABANA















Restos de una hermosa dama
mal envejecida, conforman
las dos Habanas,
la nueva y la vieja,
de calles angostas y largas
paredes desconchadas
y edificios derruidos o casi,
que no se repararán jamás.
.

La vida en la calle, las puertas
y ventanas de las estancias,
abiertas de par en par, emanan
olor a ron y especias, y la música
que lo invade todo, a los sones
del merengue, la guaracha,
la guajira, o el cha-cha-cha
Una mami viejecita sonríe desde un
rejón, es una sonrisa triste,
de quien ya no espera nada, pero
sonríe, con los surcos de su cara
*
Y la dos Habanas sobreviven
siendo tantas sus carencias
que hasta carecen de nada
Y la gente canta y baila
y sonríe por la calle, y los niños
todos uniformados van y vienen
de la escuela. El sol, cómplice
con los desheredados alumbra
y les calienta. Hay una plaza
llena de luz y libros olvidados
y la Catedral y el Capitolio
y museos, muchos museos.
*
Un viejo Buick del 59 ha reventado,
un neumático desgastado, y allí
en medio del paseo del Prado
vanamente intentan repararlo
Mientras en el malecón, una mulata
se pasea contoneándose,
sus caderas cimbrean sinuosas
despertando más de un suspiro
entre los chavales que están pescando.

Son las dos de la tarde y
el custodio del monumento
al general Máximo Díaz,
espera su comida. Liovis
platica con él, mientras
intenta cazar algún turista,
un rastafari sentado en la acera
dibuja barrocas formas
en una gruesa libreta
*
Y la Habana sigue ahí,
dejando pasar el tiempo
al son de una guajira
de las de Joseito,
el de Guantanamera.
Y a pesar de todo y de todos,
la ciudad se siente viva.
En palabras de su gran poeta
“Eternamente viva”.
*

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